Las calles del centro de Moscú, a media tarde del día siguiente a la frustración de Nizhni, están repletas de argentinos. Tonadas porteñas, cordobesas, norteñas, cuyanas y del Litoral, se escuchan por todos lados. Es una extraña familiaridad, a más de 13.000 kilómetros de distancia de la procedencia de todas esas personas. Pero tiene cierta lógica. Nadie de estos que andan vistiendo camisetas de Argentina, Boca, River, Belgrano, Crucero del Norte, Chaco For Ever, Juventud Antoniana, San Martín, etc. estaba muy entusiasmado en ir al Fan Fest, a escuchar la turba de brasileros que seguramente se encontraría allí. Los brazucas andan con ese cantito tedioso de despedida a la Selección Argentina, al ritmo del famoso tema de la casa de papel. Y si encima le ganan a Costa Rica, se iban a poner insoportables.
De todos modos, los ánimos iban levantando a medida que pasaban los minutos y el gol de Brasil no llegaba. A pesar de la distancia, todos los argentinos que andaban yirando por las calles de Moscú, sabían de un modo u otro, cómo iba el partido de los hermanos brasileros. Infelizmente, las ilusiones fueron destrozadas con el gol de Coutinho, del que nos enteramos todos al unísono en la puerta de la Iglesia de San Basilio, porque un vietnamita (al menos, vestía una vincha azul, con la leyenda I Love Vietnam) lo gritó como si hubiese nacido en cualquier famosa favela de Rio de Janeiro. El siguiente gol de Neymar, terminó de echar la última palada de tierra sobre la fosa cavada para la ilusión de ver complicados con la clasificación a los grones.
Otra vez, los argentinos con el gesto adusto, pero con la enorme ilusión de que el siguiente partido nos alivie de tantas pálidas. Por las calles, en los bares, en el subte, o en cualquier lugar que hubiese una pantalla transmitiendo el partido, la escena se repetía: argentinos apiñados, comiéndose las uñas, preocupados, puteando. Cuando Nigeria hizo el primer gol, se escuchó ese característico grito ensordecedor, propio de quien se libera de tanta angustia retenida. Los guasos enloquecidos, gritaban puteadas liberadoras, golpeaban las mesas, saltaban, gesticulaban obscenidades. Todos, de un modo u otro, se lo dedicaban a los brasileros. Con el Lechuza decidimos enfilar para el Fan Fest. Al segundo gol, lo vimos en el subte. Los rusos no entendían nada.
El final del partido, nos encuentra saliendo de la boca del subte. La monada muestra los torsos desnudos, agitando con el brazo las camisetas en círculo por los alrededores del Fan Fest y del estadio Luzhniki. El “olé, olé, olá, cada día te quiero más…” se convertía en himno. En ese instante, me pregunto: Si así se festeja un triunfo de Nigeria, lo que hubiese sido un tempranero gol de Argentina el día anterior. Con el Lechuza nos miramos entusiasmados. Se ve que está más animado que por la mañana.
Entre el júbilo de la gente, un simpático personaje montado sobre dos largos zancos, se nos acerca. En un español forzado, pero con una impecable sonrisa en el rostro, nos pregunta si somos argentinos.
-Sí! – respondemos al unísono.
Del bolsillo, saca un toquito de entradas. Selecciona 2, y mostrándonoslas, encara:
-Tengo 2 entradas para el partido de Argentina con Nigeria. Si les interesa, las vendo a 1000 dólares cada una! Son las últimas 2 que me quedan!