En el altar del salón reposan las espadas. Tienen sus filos hacia arriba y están envainadas. Están en paz. Lo que antes era un arma para quitar vidas, ahora es un instrumento para calmar el espíritu y transitar la vida en paz. Junto a ellas, nueve figuras pequeñas de animales se paran ante la clase. Son los guardianes del Dojo y representan cada año que el Dojo ha estado abierto. Sobre el mismo muro reposa un cuadro: un anciano japonés de larga barba y aire solemne vigila la clase. Se trata de Morihei Ueshiba, fundador del Aikido, que desde los límites del marco de su retrato divide la dualidad entre lo eterno y lo finito. A pesar de que son dos artes distintas, su presencia representa la dualidad de un Dojo que vive en cada uno de sus practicantes.
Quien está cargo de las clases ha habitado en esa dualidad desde hace 12 años. Es sanjuanino, se llama Marcelo Ruiz y tiene 36 años. Es instructor de Aikido (2 Dan) e instructor de Kendo (3er Dan) e Iaido (1er Kyu).
Vistiendo su espada y el tradicional uniforme japonés de Kendo dirige la clase que no discrimina de alumnos avanzados y principiantes. Es que de eso se trata el Kendo: de crecer en armonía. Cuando desenvaina su espada, todos los presentes fijan su mirada en su figura. No sólo porque es el instructor a cargo del Dojo y el único autorizado desde el “Dojo Central” de Kendo en Cuyo, la Asociación de Kendo Jikishinkan en Mendoza, sino también porque quienes lo conocen saben de su experiencia en el “camino” del Aikido y el kendo.
“Empecé con el Aikido en 2009 cuando en un viaje a San Luis pasé por un Dojo y vi dos hombres con uniforme entrenando y armas colocadas en la pared. Antes había practicado Kung-Fu, pero no me convenció y cuando vi eso dije, para mí mismo, que eso era lo que quería hacer y había estado buscando”, cuenta Marcelo a DIARIO HUARPE, rememorando los principios de lo que sería en un futuro Jinsoku Dojo, el primer Dojo de Kendo e Iaido en San Juan.
Pero, ¿qué es el Kendo? Es un arte marcial japonés cuyo nombre significa literalmente el “Camino de la espada” (Ken, espada; Do, camino). Su práctica consiste en realizar cuatro cortes reglamentarios armados con espadas de bambú conocidas como “shinais” y la armadura personal llamada “bogu”. Esta protege las zonas donde los practicantes deben golpear: la cabeza (men), las muñecas (dote), la zona lumbar (dou) y la garganta (tsuki). En Japón, el Kendo moderno se practica desde hace 124 años e hizo su entrada en occidente gracias a los inmigrantes japoneses.
El Iaido, es un arte complementario del Kendo que consiste en el uso y manejo de la espada Samurái real, pero sin filo, que recibe el nombre de “Iaito”. Tiene doce formas y, al igual que el Kendo, tiene graduaciones para los practicantes principiantes y avanzados.
El uniforme consta de dos partes: una chaqueta llamado “Gi” y una especia de pollera-pantalón llamada “Hakama”. Las graduaciones se dividen en dos: Kyu, principiante, Y “Dan”, avanzado. A diferencia de otras artes marciales, no se usan cinturones para diferenciar a los estudiantes.
En Cuyo, el Kendo se instaló en Mendoza a mediados de 2002 y se unió a la Federación Argentina de Kendo en 2011. Hasta allí llegaría Marcelo un día de ese año para realizar lo que sería su primera incursión en el Kendo. “Yo daba clases de armas con mi grupo de Aikido los sábados y quien quería podía participar. Ya conocía el Kendo, pero no era algo que había investigado entonces con profundidad. Un día me di cuenta que si quería manejar la espada de forma correcta tenía que entrenar de forma correcta. Fue así que pedí permiso para asistir a un seminario que se iba a dar en Mendoza. Y hasta ahí llegué con mi uniforme de Aikido y me prestaron una ‘hakama´ para que pudiera participar”, rememora.
Ese sería el principio de un camino y una amistad que lo llevaría semanalmente a Mendoza a entrenar y formarse en el Kendo. “Ni bien llegué a San Juan le envié un mensaje a Gustavo Castro, Sensei en Mendoza, preguntándole si me permitía entrenar en su Dojo y quedamos en que viajaría los sábados una vez a la semana. Y así comencé. Viajaba los sábados, entrenaba y luego volvía a San Juan y entrenaba lo que me habían enseñado hasta el sábado siguiente”, recuerda.
No faltó mucho para que Marcelo rindiera su primer examen a los pocos meses en Buenos Aires, recibiendo la primera graduación: tercer kyu. Y en tiempo récord, tan sólo dos años después en 2013, rendir el examen de graduación más avanzado: primer Dan.
Sin embargo, el Kendo tenía otros planes para Marcelo. “En 2012, todavía siendo Kyu, me pidieron que abriera mi propio Dojo en San Juan. Fue un momento muy grande porque era un gran salto. Castro, nuestro Sensei en Mendoza, habló con el secretario de la Federación Argentina de Kendo en ese momento para pedirle autorización y se la dieron porque estaban buscando la difusión del Kendo en la Argentina y creyeron que yo era en el indicado para hacerlo en San Juan”, relata Marcelo. Así, el 12 de diciembre de 2012 nació Jinsoku Dojo, perteneciente a la Asociación de Kendo Jikishinkan. Actualmente, el primer y único Dojo de Kendo e Iaido en San Juan.
Los guardianes del Dojo en el altar vigilan la clase. Han visto pasar han muchos practicantes, muchos lugares y muchos eventos. Algunos rostros son los mismos que hace 9 años. Otros son nuevos, pero no menos entusiastas. La clase termina, y los practicantes se sientan delante de su Sensei o “maestro”. Marcelo los saluda y ellos le devuelven la reverencia. El silencio, por un momento, hace pensar en los cientos de practicantes de Kendo en el mundo que vienen repitiendo la misma tradición desde hace más de 100 años. Y San Juan, no está ajeno a ella.
“El Kendo es un camino y una forma de vida. Vas más allá del camino de la espada o del arte marcial. Es una forma de vivir, de ser y sentir. Es aprender a ser mejor persona a través del camino de la espada y lo que representa. Es entender que sabiendo que tenés un arma en la mano decidís no usarla para hacer daño, sino para ser mejor persona. En el Kendo busco la paz dentro de la espada”, cierra.
La clase termina y entonces Marcelo cambia sus ropas de Kendo por las de Aikido. Es hora de su siguiente clase. El camino del artista marcial requiere disciplina y un corazón paciente. Como la mirada del hombre japonés en el cuadro que vigila, la de los guardianes que protegen al Dojo o como el filo de las espadas que aguardan, silenciosas, a ser desenvainadas un día más.
Fuente: DIARIO HUARPE