Rafaela Silva no olvidó sus orígenes. «Nací en una comunidad que no me permitía plantearme muchos objetivos en la vida. Soy de Ciudad de Dios».
Al proclamarse campeona olímpica en judo femenino en la categoría de menos de 57 kilogramos este lunes y dar el primer oro al país anfitrión, la brasileña Rafaela Silva se puso de rodillas y abrió sus brazos para saludar al público entusiasmado con su victoria.
La judoca no olvidó sus orígenes. «Nací en una comunidad que no me permitía plantearme muchos objetivos en la vida. Soy de Ciudad de Dios», dijo a la prensa.
«Empecé a practicar judo por diversión y ahora soy campeona mundial y olímpica», destacó.
Emocionada, Silva confesó que había entrenado «al máximo durante todo el ciclo olímpico». «Salía de los entrenamientos llorando porque realmente deseaba esta medalla. Por suerte, trabajé lo suficiente como para conquistarla».
Silva, de 24 años, acababa de derrotar a la actual campeona del mundo, Sumiya Dorjsuren.
La atleta abrazó a su entrenador y luego se abalanzó al público, que aplaudía y gritaba tras su victoria.
La brasileña ya había ganado el título mundial en 2013, convirtiéndose en la primera de su nacionalidad en hacerlo. Pero llevaba tres años sin grandes triunfos en el plano internacional.
Silva subió se abalanzó al público, que aplaudía y gritaba tras su victoria.
La victoria de Rafaela Silva significa, además, la medalla número 20 del judo brasileño en la historia de los Juegos Olímpicos.