Se ve lindo el estadio del Spartak desde afuera. Estábamos ahí porque el Lechuza se había encontrado con un amigo de Córdoba que tenía entradas para revender para el partido de Brasil y Serbia, y nos dijo que si no las vendía en la puerta del estadio a un precio conveniente, nos la dejaba a precio de costo. La ilusión de entrar a ver un partido, a un precio conveniente, nos convenció. Que encima estuviese la posibilidad de presenciar la eliminación de Brasil, después de la jornada de ayer, nos ahorró cualquier objeción lógica que pudiese haber de antemano.
El ambiente era de pura fiesta. La habitual alegría brasilera, el bullicio de los serbios, y la inesperada eliminación de Alemania, eran los condimentos principales. Sin embargo, había un contraste de ánimos importante. Mientras Alejandro, el amigo del Lechuza, se ilusionaba con arrancarle la cabeza a los brasileros con el precio de las entradas, en nuestro interior, con el Lechuza, rogábamos que no se las venda a nadie. Bah, que termine vendiéndonosla a nosotros. Los minutos pasaban, y el Ale no encontraba los clientes que buscaba. La competencia era feroz. Los rusos, las revendían a 300 dólares, la mitad del precio al que las ofrecía nuestro compatriota, quien, no obstante, y para alimentar la ilusión que teníamos con el Lechuza, se resistía a pedir menos de lo que se había propuesto
Así el reloj corría, y con el Lechuza nos empezábamos a entusiasmar. Los brasileros llegaban de a miles. Todos cantando, más en contra de Argentina, que a favor de Brasil. Y si bien son muy amargos para inventar cánticos, la bronca que te generan es importante. Los serbios llegaban confiados, y entonaban sus cantos (o gritos de guerra?) contra los brasileros. Los buscan con la mirada. Los provocan. Pero los brasileros tienen mucha cerveza encima, y se ríen y sacan fotos con ellos. Los voluntarios de la FIFA empiezan a apurar a la muchedumbre para que entren a la cancha, ya que el partido empezará en 15 minutos. Alejandro, seguía sin vender. Y nosotros, ya pensábamos que entrábamos a la cancha.
De repente, como si se hubiese puesto de acuerdo de antemano, todo el mundo que pululaba en las inmediaciones del estadio, apuraron el paso para entrar. Alejandro no podía contener su cara de frustración. El Lechuza y yo, la de alegría.
-Ya está Ale, nos vamos a perder el inicio del partido – apuró el Lechuza
-Y sí. Mala leche. Son unos lauchas estos brasileros de mierda – se resignaba Alejandro.
Así fue que empezamos a enfilar a la puerta de ingreso que nos correspondía. El Lechuza metió la mano en el bolsillo, y empezó a contar los 330 dólares que nos saldrían las 2 entradas. El boludo tenía primordialmente billetes de 10 y 20, y alguno de 50. No había llegado a contar los 200 dólares, y se escucha de atrás, agitada, como corriendo, una voz de inconfundible procedencia carioca.
-Senhor! Senhor! Você tem ingressos para o jogo?
-Sí! – de repente, la cara de Alejandro recobra color
Precisso de dois! Você tem?
-Si! – el contraste entre la cara de Alejandro y la del Lechuza es inmenso
-Quanto pede?
-1200 dólares
-Combinado, então! – mete la mano en el bolsillo, saca la guita, paga, y se lleva nuestras entradas, sin siquiera chequear si son originales, o muy truchas.
Alejandro no se percata que su alegría no encaja con nuestra decepción. Cuando levanta la vista, se da cuenta, y con una falsa pena, imposible de creer, nos consuela:
-Bueno muchachos. Lo lamento. Pero no sé de donde aparecieron estos negros. Me voy corriendo, porque el partido ya arranca. Nos vemos.
Encima, después, ganaron los brasileros. Lo que había arrancado como un día para ilusionarse, nos lo cagaron estos turros. Nos vamos caminando despacio, buscando la boca de ingreso al subte. Desde ahí, le echamos una última vista al estadio del Spartak. Y confirmamos: se ve lindo desde afuera.