Dura la semana. Ya el domingo arrancó mal, con ese bendito viaje a Río Cuarto y el “come gato” de la Caminera. Dicen que están nada más que para recaudar. Yo digo que están para joderte la vida. Y como sea. Decí que soy tranquilo y me quedé en el molde. Otro hubiese salido a buscarlo por la ruta, y que sea lo que Dios quiera. Como digo siempre, por suerte, me sé controlar.
Al lunes lo arranqué con entusiasmo. Algo me decía que esa noche iba a dar para festejo. Tan grande era la confianza, que decidí dejar de lado esa ridícula cábala de no apostar más. A las claras, no había dado ningún resultado hasta el momento, y quizá era hora de ponerle un condimento extra al partido de esa noche. Me fui a ver al Gringo Sadoski, el único rosarino hincha de la Lepra que conozco en el laburo. El encuentro se dio más o menos así:
– Cómo andás Gringo?
Sin apartar la vista del monitor, me recibe:
– Hola Sanjua. Medio incendiado, pero bien. Vos?
– Aquí andamos. Estoy queriéndome aprovechar de la situación de Ñúel, y estoy buscando algún comegato que me quiera apostar 3 docenas de facturas por el partido de esta noche.
Primero metió una pausa. A continuación, y apartándose levemente del escritorio, se reclinó sobre el respaldo de la silla, y me contempló. Yo aún conservaba el gesto sobrador desde que le había hecho la propuesta. Emitió un suspiro de resignación, y me dijo:
– Acá en la Administración, con 3 docenas no hacemos nada. Que sean 5.
Un flash efímero me enseñó una alarma. Pero no le di bola, y mientras estreché su mano, le contesté:
– Excelente! Estás hasta las manos! Y encima esta noche los dejamos sin técnico.
Incrédulo, primero dejó de sacudirme la mano. Me escudriñó con desconfianza. Al no percibir ningún dejo de ironía, se envalentonó:
– Jeje! En serio me decís? Si hoy debuta el Negro De Felippe. Y técnico que debuta, gana!
Me quedé helado! Cómo que debutaba técnico nuevo? Cuando se fue el Chocho?
El resto del lunes fue un suplicio. Lo primero fue chequear en los diarios la noticia. Como 10 años me llevó enterarme que se había ido el Chocho. Al Gringo Sadoski le alcanzaron 10 minutos para contarle a toda la empresa que yo le había ido a apostar, pensando que todavía estaba Llop de técnico. El broche final fue el partido por la noche. 2-0 abajo, con nuestro arquero, nuevamente, figura de la cancha.
El martes, para empezar, arrancó con media hora menos de sueño. Me tuve que levantar 30 minutos más temprano para pasar por la panadería antes de llegar al trabajo. No me dolió tanto pagar la apuesta al Gringo Sadoski, como aguantarme la carcajada socarrona de toda la empresa, durante todo el día, recordándome los motivos que tuve para organizar la apuesta perdida. Como era de costumbre, me la aguanté calladito.
El fulbito de los miércoles le dio continuidad a la semana nefasta. Faltando 7 minutos, y con el partido 2 a 1 a favor nuestro, se lesiona nuestro arquero y no quedaban más cambios. Nuestro Capitán, que no sé cómo fue que terminó siendo nuestro Capitán, me mandó al arco, a cuidar el resultado. Mi primer reacción fue de negación:
– No voy Tito! Que ataje el Remolacha, que no tocó un fulbo en toda la noche!
– Dejalo al Remo. Lo dejó la Tatiana y está con los pajaritos volados. Va a echar moco. Además, confiamos en vos.
La sobada de lomo me ablandó. Por otro lado, pobre el Remolacha. No da para romperle los huevos si es así. Era buena mina la Tati.
– Está bien, voy yo. Pero decile al Narigón que baje a marcar. Que no se vaya porque somos uno menos.
– No, mejor que se quede arriba a aguantarla. Vamos a necesitar tener la pelota lejos.
No le di opción.
– Entonces atajá vos Tito. Si querés que ataje yo, decile al Narigón que no suba, y se quede bien cerquita para marcar.
– Está bien Sanjua. Quedamo’ así.
Lo perdimos 3 a 2. Al empate lo regalé yo, cuando un centro llovido cae sobre el área. La puta luz del fondo me encandila cuando salto para rechazarlo, y la trompada pifiada no hace más que bajarle la pelota al pié del 9 de ellos. El matungo convirtió el regalo en gol, y me lo gritó en la cara. Y faltando menos de un minuto, en la última jugada del partido, el Narigón, aburrido ya de no haber tocado un fulbo desde el último cambio posicional, ensayó una media chilena para despejar un centro inofensivo, impactando de lleno en el ojo izquierdo del enganche de ellos. El árbitro pitó el penal que no admitía ninguna oposición. El Tito se me vino con los ojos inyectados en sangre:
– La culpa es tuya!!! Para qué carajo querías al Narigón en el área?!?!?!?!
Y sí… en parte yo tenía responsabilidad. Pero cómo me iba a imaginar que se iba a mandar semejante cagada? Me propuse remediarlo:
– Pará Tito. Que a esto lo arreglo yo.
Tito se quedó en el molde. Una inyección de confianza enorme fue el resultado de mis palabras. Acto seguido acalló los murmullos de mis compañeros y se los llevó un poco más allá de la medialuna, al aguardo de la ejecución de la pena máxima.
El petiso con la 10 en la espalda y el ojo izquierdo cerrado por el hematoma, lo pateó fuerte, seco, a mi palo derecho. El mismo que había elegido yo. No obstante, no alcanzo a tocar la pelota que supera mi esfuerzo. El sonido del golpe en el caño es música para mis oídos. Música que fue interrumpida por el golpe que siento en mi espalda, y el posterior pitazo del árbitro, que primero pitó convalidando el gol, y de inmediato lo hizo para indicar la finalización del cotejo. Todavía retumba en mis oídos, los festejos rivales, y las palabras que me dirigían mis compañeros.
El jueves, temprano, recibí la notificación de que me habían sacado del grupo de whatsapp del fulbo de los miércoles. El resto de la jornada lo dediqué a intentar conseguir explicaciones. El único que me respondió algo fue el Remolacha. Pero para decirme que lo lamentaba mucho, pero el Tito les dijo que iba a ver si conseguía otro central para el miércoles que viene. Para tranquilizarme, el Remo me confiesa que no sabía si tenía ganas de seguir, y si se iba, me iba a dejar el lugar a mí.
El viernes, al llegar del trabajo a casa, me encuentro que mi mujer organizó un asado en casa con los ex compañeros del trabajo anterior. Todos infumables. Cuento hasta 10, respiro hondo, y con mi mejor sonrisa, me ofrezco a hacer asado. Se fueron tarde. Cuando se terminó todo el vino.
El sábado por la mañana, me despierta el ruido de la máquina de cortar el pasto de Don Gregorio, mi vecino de la derecha. Me acuerdo que tengo que pedirle que me devuelva la tijera de podar que le presté el fin de semana pasado. Lo abordo desde el alambrado que separa ambos jardines del frente:
– Hola Don Gregorio, cómo anda?
– Hola sanjuanino!! Qué cara de sueño que tenés! Se ve que estuvo linda la juntada de anoche. Se fueron bien tarde. Me di cuenta porque no me podía dormir por el ruido que hacían!
– Uh, le pido disculpas Gregorio! No pensaba que hubiese sido para tanto.
– No te hagás drama. Me alegró escuchar el ruido. Hace bastante tiempo que se escucha muy silenciosa tu casa. Como si estuviera habitada por muertos…
– ¿?
– Principalmente los fines de semana. Aunque estas últimas semanas, también los lunes por la noche
Uhhh, qué viejo pelotudo! Ni me acuerdo de qué equipo es hincha este huevón.
– Y… qué le vamos a hacer. Nosotros no andamos derechos.
– Ni torcidos! No andan! Jaja! En cambio nosotros, ahora que se van a caer los bosteros, en 3 fechas estamos punteros
De Talleres. Por lo agrandado, y oportunista, es de Talleres. Además, porque hacía bastantes años que no me sacaba el tema fútbol.
– Eh, no será demasiado?
– No! Los bosteros se caen. Los cuervos ya quedaron atrás. Y a los de Independiente no le alcanza!
No sé qué decirle…
– Y bueno… ojalá
– Y lo mejor va a ser el año que viene. Cuando nosotros seamos campeones de la Libertadores, y los vírgenes estén peleando el descenso con los recién ascendidos, ustedes y todos esos equipos de mierda, del fondo de la tabla.
– …
– Bah, si es que ustedes zafan este año. Porque a este ritmo, me parece que ustedes lo salvan a Arsenal. Están complicados. Si no se cuidan, van a terminar como Instituto.
Sabiendo que duele, le espeto…
– Bueno, eso sería un poco mejor que jugar el Federal A
– Naaa, eso fue para evidenciar que somos los más grandes del interior. Paseamos nuestra grandeza en todas las canchas de Argentina!
Me empeño…
– Ehhh, tampoco para tanto!!! Más grande que los rosarinos???
– Por supuesto! Esos clubes están gobernados por las mafias. Talleres es de los socios!
A esta altura, ya me hinchó las pelotas su arrogancia.
– Bueno Don Gregorio. Lo saco de Talleres un minuto. Habrá desocupado la tijera que le presté el fin de semana pasado? La estaría necesitando.
– Mmm… la verdad que no. La voy a usar en un rato, porque quiero arreglar el jardín porque hoy viene toda la familia a casa, y quería ponerla linda.
– Qué macana! Quería darle al paraíso una podadita.
– No, dejá. Mejor no. Todavía no es época para el paraíso. Mejor andá a ver el partido de Gimnasia.
Me da una palmadita amistosa en la cara, por encima del alambrado. Se da media vuelta, y de golpe se frena. Se me dirige nuevamente:
– Además, después del partido, vas a tener más ganas de esconderte, que de salir al jardín. Jeje.
Volvió a girar y, ahora sí, se fue. Sin esperar por los efectos de sus palabras. Sin esperar una respuesta. Sin devolverme las tijeras.
Me contengo las ganas de llamarlo nuevamente. No tengo intenciones de tener problemas con el vecino. A lo mejor sí, sea mejor podar mañana.
Y así me encuentra el inicio del partido con Gimnasia. Rogando que termine esta terrible semana. Que no sé si alguien más hubiese soportado sin explotar. Porque puedo tener muchos temas a resolver, pero eso sí, tengo nervios de acero. Y además al partido lo tengo que ver. No puedo dejar de verlo.
Me acomodo en el sillón y enciendo la televisión. Hago zapping hasta el momento del inicio del partido. Con enorme sorpresa recibo el primer gol. Linda habilitación del gringo Spinelli, y mejor definición de Maná. Lo grito profundo, para adentro. Como con desahogo. Ojalá que el viejo culiau de al lado lo haya visto.
Estamos jugando bien. No sorprende el segundo, esta vez sí, de Spinelli. Ahora lo grito con más fuerza. Tengo un impulso de salir a gritarlo al patio, pero lo reprimo. Todavía queda mucho de partido. Tuvimos otras chances, pero Ardente también nos salva en un par de ocasiones. Hay que ser cautos. Hasta que el centro le cae a Barceló, y lo que era un déjà vu de la patada del Narigón, nos da la oportunidad de estirar la ventaja, y liquidar definitivamente el pleito. Qué lindo sería que lo hiciéramos! Y qué lindo sería que lo estuviera viendo el Gringo Sadoski. Y el Chocho Llop. Y De Felippe.
Se parapeta Ardente frente al balón…
Y el Remolacha y el Narigón. Y el infeliz de Tito…
El juez pita la orden…
Y todos los choborras ex compañeros de la Negra, que anoche se tomaron todo el vino de casa.
Ardente mete el pique cortito, zigzagueando, como para desorientar al arquero rival… y dispara!
Y Don Gregorio también! Que lo vea, y que se vaya a cagar! Y que se meta las tijeras en el orto!
El 3-0, ya fue decretado…
GOOOOOOOOOOOOOLLLLLLLLLL!!!!!!!!
Me nace el grito contenido, abriéndose paso con un ímpetu descomunal hacia fuera de mi cuerpo.
GOOOOOOOOOOOOOLLLLLLLLLL!!!!!!!! GOOOOOOOOOOOOOLLLLLLLLLL!!!!!!!!
Lo grito más fuerte! Quiero que todos lo escuchen!!!
GOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOLLLLLLLLLL!!!!!!!!
Alargo la “O” todo lo que puedo, sacando aire de lo más recóndito de mis pulmones, con tal de no interrumpir jamás ese grito sagrado.
No conforme con el desahogo, me acuerdo nuevamente de todos los nombrados. Y salgo disparado como un rayo a la madianera. En un salto felino, me paro sobre el gabinete del medidor del agua como si fuera un para avalanchas, y con la mano izquierda me sujeto del ligustro del frente como si fueran los gloriosos trapos verdes y negros de mi querido San Martín. Apoyo el pié derecho sobre el alambrado que hace las veces de medianera, buscando provocativo con la mirada la presencia de don Gregorio. Cuando lo encuentro, y mientras le miro fijo a los ojos, con la mano derecha me tomo el paquete de la entrepierna, y lo sacudo con fruición, dedicándole ese sagrado y ensordecedor grito de gol!!! Exultante por el triunfo, la garganta reseca por la exhalación, la boca bien abierta, redonda, extendiendo el grito hasta el infinito, le dirijo a Gregorio toda la carga que significaban las 7 fechas sin triunfos, las apuestas perdidas, las cargadas toleradas y las frustraciones a cuesta. Y lo logro. A medida que se apaga el grito porque los pulmones me traicionan, con mayor ímpetu la diestra sacude la dedicatoria.
Por fin, tengo que recobrar el aire. Y la compostura. La ausencia de respuesta por parte de Don Gregorio, me posiciona nuevamente en el aquí y el ahora. La sensación de alivio que hasta hace un instante invadió mi ser, me abandona por completo y deja lugar a una profunda vergüenza cuando reparo en la escena que contemplo. Aún colgado del gabinete del agua y el alambrado, sin soltar el ligustro ni el paquete, recapacito en el entorno de Don Gregorio. Junto a él, inerte, se encontraba Doña Luisa, su esposa. Del otro lado de la mesa que habían montado, las 2 hijas de ellos no se percataban de que mantenían la boca abierta, con los ojos grandes y sin pestañar, como no dando crédito a lo que acababan de presenciar. 3 pequeños de entre 3 y 7 años que andaban por ahí (qué grandes ya están los nietos de Don Gregorio!!!), quedaron absortos por mi interrupción. Sin que la escena cambie ni un centímetro, y sin mediar palabra alguna, bajé la vista y me volví al suelo, para entrar lo antes posible a mi casa, con una enorme vergüenza a cuestas.
Al final del día, es inevitable hacer el balance de la jornada. Lo que debería haber sido una fiesta, un momento enorme, la reconciliación con el destino, se tornó una situación indeseada, que terminó opacando toda la alegría y que irremediablemente nos arroja una conclusión: Vienen muy bien los 3 puntos, pero se te va a extrañar Pipo. Gracias por todo.