El recorrido era el de siempre. Salir de la casa de los viejos con el stick al hombro y enfilar rumbo al Olimpia Patín Club Trinidad de San Juan. Y si Pablo Álvarez, «Pablito» en el mundo del hockey, no olvida la primera vez que lo hizo, indudablemente siempre recordará la última. Tenía cinco años cuando su madre dio la vuelta a la manzana para dejarlo en la pista de Olimpia. Nada extraño en una provincia donde los patines son más vendidos que los botines. «El patio de casa daba a la pista del club. Mis padres querían que practicara un deporte, y así empezó…». En diciembre de 2018, 27 años después, Pablo Álvarez volvió al club sanjuanino. No era la primera vez que regresaba, claro. Lo hacía, sin embargo, como parte de Barcelona para disputar la Copa Intercontinental.
El recorrido era el de siempre. La pilcha, no. Vestido con el jogging de Barça, caminó por la calle Mendoza, dobló a la izquierda en Esquiú y volvió a girar en General Acha. La vuelta manzana de toda la vida, esta vez, decorada con un aliento interminable, explicado solamente por la pasión de San Juan por el hockey sobre patines. «Parecíamos Rolling Stones», cuenta Ignacio Alabart, compañero de Álvarez en el cuadro azulgrana. «Había vivido algo similar en la Copa del Mundo [2011], pero quería vivirlo en Barça. Es increíble. Deseaba que lo sintieran mis compañeros. Ellos siempre me preguntaban: «¿Es cierto que el clima es espectacular?»», cuenta hoy Pablito, a sus 32 años. La gente no falló. «No paraban de pedirnos fotos y autógrafos. Acá, por desgracia, no se vive así». «Acá» es el Palau Blaugrana, el Camp Nou del hockey, donde Álvarez se luce como goleador de un equipo aferrado al éxito. Levantó 24 trofeos; el último, la Copa Intercontinental en el club Olimpia.
El recorrido era el de siempre. Su fama, no. Álvarez llegó a San Juan con un récord. Así como Lionel Messi le robó a Telmo Zarra la marca de mayor goleador histórico de la liga española, entonces de 251 tantos, Pablito es el máximo artillero del torneo de hockey sobre patines de España. Por esas cuestiones que no tienen que ver con los memoriosos, sino con la popularidad del deporte, no había una cuenta clara de los anotadores de este último campeonato. En 2002 se refundó la liga, dejó su nombre de «División de Honor» y pasó a llamarse «OK Liga». Entonces, se decidió comenzar en cero con las estadísticas. El pasado 8 de diciembre, Pablo Álvarez firmó su tanto número 449 y sacó de lo más alto de la tabla al español Raúl Marín. Si antes ya le decían «el Messi del hockey», ahora parece imposible desligar su nombre del de La Pulga.
-¿No está un poco cansando de lo de «Messi del hockey»?
-Me lo tomo como lo que es… Me hace un poco de gracia. La primera vez que me lo dijeron pensé «¿qué?». Después fui acostumbrándome. No es nada malo; claro que me gusta que me comparen con Leo. Pero tengo claro que es solamente un apodo. No me lo creo para nada.
-Comparten la estadística de que son los máximos goleadores de sus ligas.
-Sí, y que somos argentinos [ríe]. Esas dos cosas hay en común, no mucho más.
-¿Se conocen?
-Me lo crucé un par de veces. En la primera, fui a verlo al hotel donde estaba concentrado el primer equipo de Barça de fútbol para que mis hijos lo conocieran y para que me firmara unas camisetas. Y después, cuando la selección estaba entrenándose acá [antes del Mundial de Rusia], pasé de nuevo a saludar. Siempre fue muy amable conmigo. Es tímido y tiene que ser difícil estar en su lugar.
-¿Cuándo un deportista empieza a pensar en un récord?
-En mi caso, cuando escuché a la gente que iba hablando de eso. Pensé: «Ah, estoy ahí». Y me gustaba, pero tampoco iba obsesionado con el gol. Soy delantero y ese es mi trabajo. Cuando no marco, sufro, la paso mal. Lo siento como una frustración. No por algo personal, sino porque siento que no ayudo al equipo.
-No está nada mal el récord.
-No; es una alegría enorme. Pero es algo que termina dándose solo. Cuando uno empieza en esto, nunca espera una cosa así. Al menos yo, no tengo objetivos de «quiero ser esto» o «quiero ser lo otro». Voy disfrutando. Y así empezó mi carrera. Ahora veo a padres que les dicen a sus hijos desde que son muy pequeños «tienes que ser como Messi». No sé si fue por cómo me educaron en casa, pero siempre se me ha inculcado disfrutar el deporte. Hasta que llegó el día de debutar en la primera, nunca tuve la cabeza puesta en más allá de pasarla bien.
El recorrido era el de siempre. Su destino, no. Dos años después de que Álvarez llegara a la primera de Olimpo, a los 15, su entrenador le dijo: «Pablo, me llamaron de Europa para que recomendara jugadores. Di tu nombre». A la temporada siguiente el chico se mudó a La Coruña, para jugar en el histórico Liceo. «Mis padres me apoyaron, pero creo que yo no era del todo consciente de la decisión que estaba tomando. Con el paso del tiempo me di cuenta de que había dejado a mi familia, todo. Pero lo hice por el deporte», cuenta. A los 25 años, lo fichó Barcelona. «Cuando uno empieza a mejorar y a competir, ve a un equipo como Barça y piensa: «¡Qué ganas de jugar en ese club!», explica Álvarez.
Y ahora nadie puede moverlo de la capital de la región. Casado con una argentina, tiene dos hijos. Y empezó a estudiar catalán. «Lo hablo, pero quiero perfeccionarlo. Tengo ganas de quedarme a vivir acá. Me encanta la ciudad. Sería un sueño retirarme en Barça, pero todos sabemos cómo es el deporte», concluye Álvarez. No olvida, sin embargo, a San Juan. Todo empezó ahí. De casualidad. No como es el récord de Pablito, el Messi anónimo de Barcelona.