Ezequiel Lillo: la enseñanza del hockey y la medicina como trabajo en equipo.

Como tantos otros sanjuaninos, Ezequiel Lillo nació con un par de patines calzados: el destino de jugador de hockey estaba marcado en su ADN. Después de haberse formado y de haber jugado en la primera división de distintos clubes de su provincia, llegó hace tres años a River y, al poco tiempo, fue parte de un equipo que hizo historia: el que ganó el Metropolitano 2018 y le permitió al Millonario ser campeón en este deporte después de 49 años de espera.

Aquella llegada a Núñez estuvo ligada a la otra gran faceta de su vida ya que, en aquel momento, se trasladó a Buenos Aires para completar la residencia en cardiología en el Hospital Italiano.

Sin embargo, el hockey y la medicina eran parte de su rutina diaria desde mucho tiempo antes: “Siempre he vivido así. Desde que estudiaba tenía que organizarme para poder cumplir con las obligaciones de la carrera y con el deporte, y la verdad es que no he tenido problemas para hacerlo. Obviamente algo hay que relegar, pero es cuestión de acomodarse, ordenarse y muchas veces, saber decir que no”.

Con el correr del tiempo, el capitán de River se transformó en un especialista en el arte de combinar horarios, pero no se arrepiente de nada: “Si bien hay un sacrificio, se hace a cambio de algo que a uno le interesa más: evidentemente, mi prioridad era poder jugar el fin de semana y hacerlo bien y que, al mismo tiempo, me fuera bien en la facultad”.

En los últimos días, su profesión le hizo vivir una experiencia nueva y difícil, pero también inolvidable: mientras viajaba desde Salta a Buenos Aires, debió atender de urgencia a una mujer que había sufrido un ACV en el avión.

Con los patines calzados y a punto de iniciar el entrenamiento en la pista de hockey del Monumental, el encargado de contar los detalles de la historia es el propio Ezequiel. O, mejor dicho, el Dr. Lillo: “Una hora después de haber despegado pidieron si se encontraba algún médico en el vuelo para asistir a una de las pasajeras. Yo venía leyendo, me paré y fui a ver qué pasaba. Me encontré con una paciente de 58 años que presentaba un deterioro del sensorio, no respondía ningún comando. Les pedí a las azafatas que me alcanzaran un botiquín y empezó a responder lentamente, pero no estaba orientada y, según un examen neurológico rápido que le pude hacer, tenía un signo claro de hemiparesia izquierda (todo el cuerpo izquierdo estaba más débil que el derecho) y anisocoria (una pupila estaba más dilatada que la otra)”.

“Con esos síntomas, el diagnóstico más probable era un ACV –continúa-. La trasladamos a la cabina, la reanimamos subiéndole la presión, la glucosa y dándole oxígeno, pero el cuadro se podía ir para cualquier lado rápidamente, entonces hablé con el piloto y le dije que necesitábamos asistirla de emergencia. La opción era desviar la ruta y aterrizar en Córdoba en 15 minutos o esperar casi una hora hasta llegar a Buenos Aires, entonces tomamos la decisión de bajar lo antes posible. Nos comunicamos con el equipo de emergencias de médicos de Córdoba, aterrizamos allí y llegó una ambulancia con médicos a quienes les traspasé el cuidado. Después, al llegar a Buenos Aires, pude comunicarme con los médicos de Córdoba y me dijeron que los síntomas neurológicos eran cada vez más leves y que la paciente empezaba a recuperarse lentamente”.

Si bien le había tocado asistir a compañeros y rivales por lesiones menores típicas del hockey, nunca había tenido que cumplir una misión tan importante fuera de las pistas y, especialmente, con un cuadro tan grave. “Te deja una sensación gratificante, los pasajeros estaban bastante nerviosos, pero el piloto y las azafatas se portaron muy bien y se pudo resolver todo gracias a un gran trabajo de equipo”, relata.

A simple vista, el hockey y la medicina no parecieran tener puntos en común. Sin embargo, Ezequiel, un apasionado del deporte y de su profesión, opina lo contrario: “Estoy convencido de que el hockey me enseñó mucho a manejarme en la vida. En la medicina hoy hay muchísimo trabajo en equipo, no podés estar afuera de ese circuito. En este sentido, el deporte ayuda a entender, a manejar frustraciones, a disfrutar éxitos y, sobre todo, a convivir con cosas que se van de las manos y no dependen de uno sino de un compañero. A la vez, el hockey es una desconexión porque en las tres horas diarias que paso en el club no pienso en otra cosa, pero a la vez eso mismo me permite a conectarme más fuerte una vez que tengo que hacerlo”.

“Estoy seguro de que sería peor médico si no jugara al hockey y peor jugador si no fuera médico”, resume.

Ahora, y de cara a una nueva temporada vistiendo los colores del Más Grande, Lillo ya se encuentra entrenando junto a sus compañeros para un año que le traerá grandes desafíos con River: “Hemos podido formar un plantel más largo, con nombres importantes y una base sólida que viene jugando hace tiempo. En este 2020 tenemos el Metropolitano, la Liga Nacional A1, el Torneo Argentino y, dependiendo de ese resultado, quizás también el Sudamericano, un torneo que River nunca pudo jugar y que sería un sueño a cumplir. Si hacemos las cosas bien y tenemos voluntad y esfuerzo, podemos pelear cualquier torneo».

Voluntad y esfuerzo, palabras que Ezequiel Lillo conoce a la perfección tanto en el deporte como en la vida. Será por eso que se transformó en un capitán todoterreno.

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