La gran decepción

-Vamos a algún bar a tomar algo y vemos el partido de Alemania.

Acababa de concretarse el triunfo de México, y el Lechuza, con esa prolija verba capaz de hacerle torcer el brazo hasta al más negado, me convenció para que saliéramos del Fan Fest.

Salimos mezclados entre los coreanos que, no entendíamos por qué, a pesar de la derrota iban cantando y sacándose fotos con medio mundo. A contramano, venía la turba de alemanes a los que se les hacía tarde para provisionarse de la suficiente cerveza para ver el primer tiempo del partido. Nos cruzamos también con algunos suecos, a quienes sin dudarlo, les deseamos la mayor de la suerte.

20 minutos después estábamos en un bar del céntrico y pintoresco distrito de Arbat, acodados en la barra esperando la primera ronda de cerveza. El lugar, con 3 teles de al menos 2 millones de pulgadas cada una y estratégicamente distribuidas en el salón, estaba atiborrado de clientes. Como si se hubiesen puesto de acuerdo de antemano, de un lado se habían amontonado los que hinchaban por Alemania, y del otro, los que lo hacían por Suecia. Por supuesto, nosotros estábamos más del lado de los de azul y amarillo.

El bullicio era constante y parejo en todo el salón. Al inicio del partido, los alaridos se repartían en modo parejo. Las mozas, corrían de un lado al otro para, en vano, tratar de responder a la creciente demanda. Por suerte, el barman (un hombre de unos 50 años, calvo, de más de metro noventa, la barba colorada y espesa) estaba bastante entrenado, y nos respondía con celeridad. Al Lechuza eso le encantaba.

En el momento en que los suecos hacen el gol, la mitad del bar estalla, y nosotros con ellos. El barman (que imagino sería el dueño o el encargado del negocio) se ve obligado a imponer orden para aplacar la horda. La muchedumbre, sumisa, baja un poco los decibeles, pero igualmente el clima es inigualable. Pedimos otra cerveza, y a los 10 segundos ya la teníamos en la barra. Suecia ganaba, y el barman respondía velozmente. No podíamos estar mejor. El Lechuza estaba radiante.

A medida que pasaba el tiempo, algunos se impacientaban, y otros nos entusiasmábamos más. Antes del final del primer tiempo, el arquero teutón saca una pelota increíble, y nos parece estar más cerca del segundo, que del empate. Termina el primer tiempo, y nos queda la sensación de que puede ser una jornada memorable. Giro el torso para pedir otra cerveza, y antes de que diga nada, el barman la apoya chorreando espuma sobre la barra. Instantáneamente, el Lechuza me murmura en tono confidente:

-Imagino que de acá, Dios sacó a patadas a Adán y Eva.

El empate de los alemanes, suelta la bronca contenida de sus hinchas. De nuevo, el barman mete un par de gritos (imposible entender qué dice), pero se ve que los alemanes son menos sumisos que los suecos, y no le dan bola. La cara de los suecos se eleva al cielo, como pidiendo a Odín su intervención. La cara del Lechuza, se dirige al suelo, echando un gallo espeso y puteando contra Dios y todos los santos.

La roja que el árbitro le mostró a Boateng, vuelve a invertir los ánimos. El barman, Dios, Odín o como sea que se llame el colorado del otro lado de la barra, le toca el hombro al Lechuza para que gire, y le da 2 nuevas cervezas. El Lechuza entusiasmado, las recibe entregando a cambio los 2 vasos vacíos. En el salón, los suecos cantan, gritan, ríen, festejan. Los alemanes, putean. Las mozas, incansables, siguen corriendo sin parar.

Ya sobre el final del partido, el Lechuza se puso como loco. Ya sin tanta simpatía hacia ellos, les gritaba a los suecos como si le entendieran:

-Cagones! No se metan atrás!!! Tienen uno de más!!!

Cuando el árbitro adicionó 5 minutos, se levantó de la silla para acercarse a los alemanes, y mientras hacía el gesto de dinero con los dedos de la mano derecha, les gritaba:

-Cuánto pusieron, cagones? Falta que el árbitro vaya a cabecearles algún centro!!!

Los alemanes, evidentemente ni entendían lo que decía, sino lo cagaban a trompadas. Nada de esto le importaba al Lechuza. Estaba como loco. Con el gesto serio, le levanta el índice al barman, apelando a ese idioma universal en el que dicho gesto significa “dame una más”. Por supuesto, el barman responde inmediatamente, y de paso me da otra a mí.

El gol agónico de Kroos, encendió el polvorín. Los alemanes, saltaban de sus sillas. Las botellas, vasos, y todo lo que hubiese sobre las mesas, saltó por los aires y se estrellaba contra el piso. El grito de desahogo era profundo, evidenciando el tiempo que estaba contenido. Las mozas se apartaron. El Lechuza miraba al vacío, como no pudiendo creerlo. Los suecos, contrariamente a lo que uno hubiese supuesto, simplemente se lamentaban, pero no vi a ninguno golpeándose los huevos con el culo de una botella. Pero lo que más asombro generó, fue ver al barman totalmente fuera de sí, enajenado, gritando el gol como si él mismo lo hubiese convertido. Lo gritaba con los alemanes, y más fuerte se lo gritaba a los suecos. El Lechuza se quedó mirándolo, como si una enorme decepción le hubiese roto el corazón. Solo atinó a decirme:

-Pagá vos, que no traje guita.

Mientras voy contando los billetes, le escucho el último comentario de la noche al Lechuza:

-No se te ocurra dejarle propina a este hijo de mil puta.

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